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La censura de la disensión

Actualizado: 7 dic 2020

Los últimos meses han sido complejos para la humanidad. Aquello que dábamos por hecho - en nuestras vidas personales, en nuestra seguridad laboral, en la forma de interactuar con otros - ha cambiado de formas antes inimaginables. El mayor promotor de este cambio ha sido, por mucho, el miedo. El problema es que desde el miedo es prácticamente imposible pensar y, mucho menos, razonar aún a pesar de que los hechos no justifiquen ese miedo.


Todo ha cambiado, y mi gremio no ha sido la excepción. La comunidad científica - de manera general - ha adoptado una postura que a mi juicio es antagonista de la mentalidad que debe tener un científico. La ciencia no avanza por los dogmas. Avanza por el cuestionamiento, por la disensión, por la discusión de ideas, por la comprobación de hipótesis.


Sin embargo, actualmente el ser disidente es casi un acto suicida. Eres automáticamente tildado de conspiranóico. Confieso que me apena profundamente esta nueva postura, pero me llena de orgullo el que en este mar de científicos dogmáticos catequistas existan aún científicos que cuestionan, que disienten, que exponen los hechos y su impacto. Virólogos, Epidemiólogos, Médicos Internistas y Microbiólogos como Sunetra Gupta (Universidad de Oxford), Martin Kulldorff (Universidad de Harvard), Jay Bhattacharya (Universidad de Stanford), David Katz (Universidad de Yale), Didier Raoult (Universidad de Aix-Marseille University), Luc Montagnier (Premio Nobel por la identificación del VIH; Instituto Pasteur), Michael Yeadon (Médico jubilado especialista en neumología, director de salud pública y ex-empleado de Pfizer), Wolfgang Wodarg (Ex líder del comité de salud de la Asamblea Parlamentaria de la Comunidad Económica Europea), Sucharit Bhakdi (Jubilado, Director del Instituto de Microbiología Médica e Higiene de la Johannes Gutenberg University), Roger Hodkinson (Experto en patología y Director Médico de MedMalDoctors, una organización sobre ética médica), Genevieve Briand (Johns Hopkins University) y varios otros científicos han alzado la voz y expuesto lo que observan a partir del análisis de los datos duros sobre las infecciones por SARS CoV-2, los enfermos de COVID y las medidas que se han implementado desde marzo de 2020. Han disentido de la retórica oficial.


No es poca cosa atreverse a ser un disidente. Inmediatamente son ridiculizados, atacados, vilipendiados por extraños y por colegas. Como investigadores acostumbrados a una prolífica y renombrada carrera, ha de ser muy duro constatar que la nueva normalidad incluye un oscurantismo dogmático que, de atreverse a cuestionar, excluye del gremio a cualquiera... sin importar si quien disiente sea un virólogo ganador del premio Nobel.


Me apena y me entristece la postura cerrada, negacionista. La generación del conocimiento - nuestro entendimiento de la vida - depende del cuestionamiento. ¿Acaso es 'malo' preguntarse si está funcionando la estrategia contra el COVID-19? ¿Uno pierde sus credenciales y experiencia si se atreve a cuestionar si la prueba oficial ha sido verdaderamente validada? ¿Es erróneo proponer tratamientos baratos y efectivos en vez de esperar una vacuna que, además, es experimental?


Desde mi pequeña aportación de (espero) claridad hacia el caos que rodea la pandemia, he sido también afectada por esa censura. Youtube retiró todos los vídeos en los que aparecía en las entrevistas semanales por parte de TVUAQ y otros en los que impartí un seminario en Akasha Comunidad. Su motivo: "Creen que viola su política de desinformación médica... disemina malinformación médica que contradice a la Organización Mundial de la Salud o información médica de autoridades locales sobre COVID-19". Los tonos autoritarios de ese aviso me estremecen. ¿Hablaba en mis vídeos sobre conspiraciones? ¡No! ¿Presentaba datos duros con sustento de publicaciones científicas, desde la neutralidad más objetiva posible? Eso intenté en cada uno de ellos. Uno de los vídeos considerados como diseminador de malinformación médica hablaba sobre el mayor riesgo que corren las personas diabéticas y explicaba el mecanismo por el cuál se da este mayor riesgo. Otro planteaba el argumento que "vale la pena estudiar el potencial antiviral de un compuesto que está siendo utilizado por varios médicos para tratar el COVID-19". Otro hablaba acerca de la historia de la OMS en cuanto a su manejo de epidemias. Otro mencionaba que las farmacéuticas tenían un conflicto de interés si eran ellas mismas quienes realizaban los estudios de efectividad y seguridad - que se necesitaba de una revisión imparcial. En otro hablaba sobre la virtual ausencia de reinfecciones de SARS CoV-2 entre los millones de casos confirmados de primera infección. En todos los casos, el material presentado tenía sustento científico amparado en publicaciones que pasaron por el proceso de arbitraje por pares. ¿A quién incomodaba esa información? Dicho sea de paso, los vídeos eran parte del canal de televisión de la Universidad Autónoma de Querétaro, una institución de educación superior reconocida, seria. Me cuesta trabajo comprender esa censura.


Estamos en un totalitarismo de información, de pensamiento.


Afortunadamente, la mayoría de los vídeos los había descargado, así que volveré a subirlos en otro canal para que puedan verlos en este Blog. Eso, sin embargo, no resuelve el problema.


Son tiempos de definiciones. Yo he elegido mi postura. Seguiré cuestionando el conocimiento desde la veracidad. Mi voz se suma a las muchas otras voces que, de poco en poco, paso a paso, se suman para decir que lo que ocurre no es correcto, que nuestra aproximación a la pandemia ha sido equivocada.






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